Milk Bars en Ruanda, cuando salir de copas no es lo mismo
SI PARA TÍ UN BAR ES SINÓNIMO DE CERVEZA, TAPAS Y OLOR A FRITO, ESTE ARTÍCULO TE HARÁ CAMBIAR DE IDEA
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Kigali, capital de Ruanda. África oriental. La “Tierra de las Mil Colinas”. Primer día en la ciudad y nos vamos de copas de… leche. ¿Leche? Sí, hablamos de los Milk Bars, una insólita parada en la ruta cultural (y gastronómica) por Ruanda. Y una atracción que no hay que perderse. Patrimonio nacional y punto de encuentro del barrio. Como su nombre indica sin rodeos, en un Milk Bar sólo sirven leche. Todo el día, sin parar. No en copas, pero sí en vasos o, mejor dicho, en unas jarras con asas.
Los bares de leche sólo se encuentran en Ruanda y son todo un fenómeno en Kigali, erigida como el templo de los Milk Bars. Existen más de medio centenar en la capital y casi cada población tiene al menos uno. El Kuruhimbi, en el popular barrio de Kimisagara, es de los últimos bares tradicionales de leche que quedan. Muchos de estos sitios están siendo reemplazados por la cadena gubernamental Inyange Milk Zone, franquicias que además del preciado líquido blanco dispensan tambien zumos de frutas y otros productos lácteos como mantequilla.
EL KURUHIMBI, TODA UNA INSTITUCIÓN
La experiencia en el Kuruhimbi, aunque austera, es otra cosa. Se encuentra junto a una calle secundaria sin asfaltar y, aunque ahora sale en Google Maps, no encontraréis su número de teléfono, ni web, ni horarios, ni reseñas... Mejor ir de la mano de un ruandés o llegar en boda-boda (las populares mototaxis), asegurándonos antes de que el conductor conoce el camino. Una gran vaca y tres chozas tradicionales pintadas en la fachada por un artista local, sobre su gran puerta blanca, nos confirma que estamos en el lugar correcto.
Es tradicional en estos negocios familiares encargar la decoración exterior a un pintor especializado, que la personaliza al gusto. Ello las convierte aún más en auténticas reliquias del pasado tradicional ruandés. En muchas de ellas se escribe “Amata Meza”, que en kinyarwanda significa “leche fresca”. A parte de esta lengua, se hablan el francés, el inglés y el suajili en este país densamente poblado (12 millones de almas en 26 338 km², más de un millón de ellas en Kigali) y que ha pisado el acelerador de la modernización a fondo hasta convertirlo, a día de hoy, en uno de los más limpios y seguros del continente. Todo un reto tras el genocidio de 1994 que dejó alrededor de un millón de cadáveres.
Una vez franqueada la puerta blanca, con su cortina blanca, en la sombra ventilada del interior del local se encuentran unas sencillas mesas con sillas de plástico y un pequeño mostrador. De un gran tanque de acero circular se llenan las botellas o bidones con los que se llenarán los vasos a los clientes, que aprovechan para charlar o compartir los útimos chismorreos del barrio mientras comparten mesa. No hay muchas sillas, pero la mayoría se quedan poco rato o simplemente vienen a cargar sus recipientes para llevar.
La deliciosa leche ruandesa acostumbra a ir acompañada de un tentempié. En mi visita tomé unos buñuelos dulces (los populares mandazi de la toda la costa oriental) pero pueden ser también samosas, huevos duros, magdalenas, chapatis… A veces te ofrecen cacao en polvo, miel o azúcar para añadir al vaso. La realidad es que, para una parte de la población a la que le resulta caro comer en un restaurante, la parada en un Milk Bar es una forma asequible de matar el hambre, ya sea para desayunar o para un pica-pica rápido a la hora del almuerzo.
CULTURA DE LA VACA Y DE LA LECHE
Pequeños o mayores, cada uno tiene su leche favorita, la fresca (Ishyushyu) o la fermentada (Ikivuguto), que con su sabor ligeramente agrio recuerda a un yogurt y no hace falta añadirle azúcar. ¡Me encantó la segunda! Mientras repites, algo casi inevitable, saboreas no sólo el nutritivo líquido blanco sino también el ritual de llenar las jarras y las conversaciones sin prisas a contraluz. Te cuentan, por ejemplo, el valor casi sagrado de la vaca en la cultura ruandesa. Con sus enormes e icónicos cuernos, es el pilar de cualquier casa, o debería. “¡Al menos una vaca por familia!”, promueve el Gobierno. Su programa Girinka (literalmente: tener una vaca) se ideó para paliar los efectos de la pobreza y la desnutrición.
El bóvido ruandés, con su valor simbólico de riqueza y prosperidad, es también un bien de intercambio en el ritual de una boda (como dote) o como inicio de una amistad de por vida. Según me cuenta Eric Mwizerwa, el experto guía de Go Kigali Tours en Kigali, el regalo de una vaca a un amigo sella este vínculo para siempre e incluso pasa de padres a hijos.
Cuando recibes visitas en casa, es casi de rigor ofrecer a los invitados un vaso de leche de bienvenida. Y, cuidado, éstos deben recibirlo cómodamente sentados, nunca de pie. Esto último es “tabú”, me revela Mwizerwa, y podría incluso provocar algún “daño” a las vacas, según se cree popularmente. Que la vaca es especial lo refleja el lenguaje popular, que la asocia a menudo con la belleza o la bondad. “Tienes los ojos bonitos y dulces de una vaca” (“ufite amaso y’inyana”), te pueden soltar como piropo. O “ugenda nk’inyana” (caminas con la gracia de una vaca)… Curioso. Otro cumplido para una mujer bella es decirle: “¡De pequeña debiste beber mucha leche!”. Así que, para los ruandeses que dejaron el campo para emigrar a la gran capital, los Milk Bars proporcionan una conexión con su vida anterior, con sus raíces.
En Kigali, aparte de Kimisagara también hay algunos milk bars en los barrios de Nyamirambo, Kinamba o Kimironko. Abren hasta las diez de la noche en su mayoría, así que hay quien opta por venir a por su dosis de calcio y proteínas a media mañana, a primera hora de la tarde o… antes de ir a la cama. Por supuesto, también tienen leche para llevar.
¡Buen provecho!