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Vivir en el campo: los almendros que salvaron a dos urbanitas de la crisis

De elaborar faldas para señoras a sembrar almendras

TAGS: FOOD PEOPLE, ENTREVISTA, VIVIR EN EL CAMPO, ANDALUCÍA, PRODUCTORES LOCALES, ESPAÑA

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POR GABRIELA PAZ Y MIÑO

Olga Cañada y Paco Moya habían hecho su vida en Barcelona. Eran urbanitas como el que más. Pero una crisis económica los llevó a vivir en el campo y trabajar la tierra. Su primera cosecha de almendros fue un fracaso. A partir de la segunda, todo floreció. Hoy, “Almendras Chirlata” se distribuye en España y Francia, mientras se abre más caminos en otros países de Europa. Esta es su historia.

Vivir en el campo puede ser más que esa experiencia idílica para desconectar de la rutina por un tiempo, como se la vende últimamente. En algunos casos, la ensoñación de lo neo rural, tan de moda en estos tiempos, funciona como una tabla de salvación. Una segunda y fantástica oportunidad para quien está dispuesto a darle un giro de timón a su vida y superar una crisis.

Palabras más, palabras menos, esa es la historia que está detrás de la marca “Almendras Chirlata” y de la vida de una familia que cambió su cómoda rutina urbanita en Barcelona por el reto de convertirse en agricultores y comercializadores de los productos que ahora siembran, cultivan y exportan. Todo eso, empezando desde cero, en Freila, una pequeña población rural, al norte de Andalucía. 

cambiaron EL COCHE POR SOLITARIAS CAMINATAS POR SENDEROS DE TIERRA, UNO DE LOS CAMBIOS DE VIVIR EN EL CAMPO

Olga Cañada acepta de buen grado la comparación de su talante y el de su esposo, Paco Moya, con la resistencia del almendro. Como este árbol, que ahora es la base de su economía familiar y empresarial, esta pareja ha sabido resistir a los temporales más severos y florecer cuando el tiempo mejora.

No fue fácil, claro que no. Dejar una casa con agua corriente, luz eléctrica, calefacción y ubicación estratégica en la ciudad, por un cortijo de más de cien años, en el que solo había un pozo, una planta de luz solar y frío que entraba por las hendijas. Cambiar el transporte en coche por amplias avenidas, por largas y solitarias caminatas en estrechos senderos de tierra. Dejar la red de conocidos y amigos que tenían en la ciudad para afincarse en un terreno alejado de casi todo y empezar una vida nueva, sin una red de apoyo. 

Eso es solo para valientes. 

Y ellos lo son.

De elaborar faldas para señoras a sembrar almendras

La vida no siempre sale como la planeas. ¡A veces sale incluso mejor! El truco está en saber tomar las olas para que te eleven en su cresta y no te hundan en su descenso.

Eso hicieron Paco y Olga, cuando la apertura de la Unión Europea a los mercados textiles chinos echó abajo su empresa (y miles más) y acabó con la fuente de ingresos de esta pareja y sus tres hijos. En el 2006, con toda la pena del mundo, debieron cerrar su negocio.

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“Por suerte no vimos ninguna luz, porque si había alguna esperanza en nuestra profesión, no hubiésemos dado el paso”, dice Olga. Cuando se acabó el camino y su firma textil (Moher) quebraron, ella tenía treinta y siete años y Paco, cincuenta. “Por la edad, ambos estábamos fuera del mercado laboral. Algunas personas necesitan que la vida les ponga al límite para hacer un cambio tan grande. A nosotros nos pasó”.

Afortunadamente, las reglas y los prejuicios que rigen en las ciudades no aplican en la vida rural. Para trabajar y vivir en el campo no se necesita un CV lleno de títulos, ni una edad determinada. Eso sí, se requiere determinación, fuerza y la humildad necesaria para aprender, dejarse aconsejar y trabajar de sol a sol.

Cuando esta pareja tomó la “mejor decisión de su vida”, se imaginaba que el cambio sería drástico… pero no tanto. Alguna noción tenían: ella es de ascendencia extremeña y Paco es un andaluz que llegó a Barcelona a los catorce años, así que las raíces de ambos eran rurales. Además, ya habían tenidos sus escarceos con el trabajo de campo: a Freila (un encantador pueblo de 800 habitantes, al norte de Granada) se escapaban cada verano y cada Semana Santa. Allí, además, habían empezado la aventura fallida de plantar cerezos y cereales. Una ilusión que no les resultó nada rentable. “Un gasto que nos comía”, en palabras de Olga.

Arremángate y súbete al tractor, que esto arranca

No, no fueron exactamente esas las palabras, pero podrían haberlo sido. Cuando Olga, Paco y su hija Elena (entonces de siete años), llegaron a su nuevo hogar eran eso: una familia urbanita con pocas claves para sobrevivir en el campo.

Pero todo es ponerse. Y ellos lo hicieron. “Nuestros dos hijos mayores, Alberto y Fran, se quedaron en Barcelona. Apuntamos a nuestra hija menor en un colegio, en la población de al lado, que era un poquito más grande. En las zonas rurales, recogen a los niños cortijo por cortijo, para llevarlos a la escuela. En un invierno muy frío, recorríamos dos km, por caminos de tierra para que la recogiera el minibús. Cuando llegaba de la escuela, sobre todo en invierno, nos quedábamos en casa y hacíamos vida familiar”. 

“siempre hay futuro si estás dispuesto a aprender y a trabajar duro”

Pero el campo, poco a poco, les descubrió sus secretos. Y les abrió sus puertas. “Siempre hay futuro para personas de cualquier edad, en cualquier sitio, si te agarras a lo que tienes alrededor y estás dispuesto a aprender y trabajar duro”. Esa convicción fue la primera piedra de la nueva empresa vital de esta familia. Vivir un día a la vez fue la fórmula. Y abrir la mente y el espíritu para empezar a aprenderlo todo. Pero todo, todo… acerca del trabajo en el campo. 

Así, empezaron a tomar nota de la actividad de agricultores y ganaderos. En Freila, en medio de un paisaje lleno de casas-cuevas y rodeado por una antigua fortaleza musulmana, la gente es “hospitalaria, cariñosa y educada”, dice Olga. De esos vecinos tan encantadores, los futuros fundadores de Almendras Chirlata aprendieron que ni cereales ni cerezos: la clave estaba en los almendros.

Mientras Paco se subía al tractor –de donde, según su esposa, no se bajó en tres años-, ella acudió a la Cámara Agraria, en busca de formación y posibles ayudas económicas. Durante tres años estudió para dominar las técnicas y la labor en la tierra y obtuvo su certificación,  como “Joven agricultora”. Esto le permitió, además, acceder a las subvenciones correspondientes.

En donde no crece ninguna otra cosa, crece un almendro

¿Para qué seguir experimentando (y decepcionándose) con otros cultivos, si los almendros florecían hermosamente en los terrenos de Freila? 

“Estos árboles son apropiados hasta para las tierras más pobres; en donde no crece ninguna otra cosa, crece un almendro. Su objetivo es la supervivencia”, explica Olga. 

El primer intento fue infructuoso. En enero de 2010, a los tres años de haber llegado, estaban listos para cosechar los primeros seis mil kilos de almendras, cuando el suelo se cubrió de pedrisco: esas enormes bolas de granizo que caen con violencia y dejan poco en pie. “Salvamos una parte para nosotros; el resto fueron todos costos para recoger la almendra del suelo”. 

Al año siguiente hubo más suerte. También más práctica y dominio de la técnica. La balanza empezó a equilibrarse en el 2013, explica Olga. “Empezamos a ver el futuro, a sentir que ese era nuestro sitio, que éramos felices”.

Dieciséis años después del inicio de esta aventura vital, en las tierras de “Almendras Chirlata” se cultivan entre 150 y 160 mil kilos de almendra por cosecha. La empresa está conformada por diez personas, sus productos ecológicos se distribuyen en España y Francia y en su lista de derivados del delicioso fruto de sus árboles hay harina, chocolate, leche y pasta de almendras.

El nombre de la empresa tiene su propio secreto: proviene de la Vereda Real Chirlata, uno de esos caminos que pasa por la finca de Paco y Olga. “Las veredas reales eran caminos de negocios”, explica ella. 

LAS ALMENDRAS DE LAS ESTRELLAS MICHELIN

La calidad de Almendras Chirlata es tan reconocida que chefs famosos la prefieren para elaborar sus platos. Para muestra, un botón. En la página web de Almendras Chirlata, se puede ver al famoso chef andaluz, Dani García (¡tres Estrellas Michelin!), elaborando su receta de “ajo blanco”, con una buena porción de almendras ecológicas, cruda y repelada, de esta marca. Si queréis ver el vídeo, este es el enlace: https://youtu.be/xugnawKbY60

APADRINAR UN ÁRBOL, el win-win del campo

Muchos almendros de los cultivos del Almendras Chirlata tienen nombre propio. Podrían ser: Juan. O José. O María. Árboles con padrinos humanos, que los adoptan y acompañan su crecimiento a distancia, y luego disfrutan de la cosecha.

Porque Almendras Chirlata, además de una empresa familiar, con una historia apasionante, es parte de CROWDFARMING, un proyecto de apoyo a los pequeños y medianos agricultores, creado en 2017, por cuatro visionarios cuyo objetivo era “desintermediar” la cadena de suministro de alimentos en el agro español.

La plataforma (crowdfarming.com) ofrece a los agricultores –entre ellos, Almendras Chirlata- una plataforma para ofrecer y vender sus productos, logística para transportarlos, atención a los clientes y herramientas de difusión para darse a conocer.

En el caso de Almendras Chirlata son unos aliados que, además, comparten los valores que Chirlata aplica en su trabajo desde el primer día. “Ellos también buscan esa filosofía de consumo respetable, de cuidado del medio ambiente, de equilibrio entre lo que produces y cómo lo produces”, explica Olga. 

Por eso, cuando los hermanos Gonzalo y Gabriel Úrculo, dos de los fundadores de Crowdfarming se acercaron a Paco y Olga para proponerles formar parte de este proyecto, ellos se sumaron entusiasmados. 

Ahora, los almendros de su quinta tienen ya sus primeros padrinos. “Si tú adoptas un árbol, nosotros hacemos el trabajo que tú no puedes hacer. Primero, te damos la opción de personalizarlo con tu nombre; lo cuidamos durante un año, tiempo en que tú puedes visitar la finca o te mandamos fotos. Al final, cuando llegue la cosecha, recibirás tu caja de almendras”.

Alrededor de 6000 árboles de almendro tienen padrinos en los terrenos de Chirlata. Al adoptar un árbol de almendro, están asegurando clientes para la cosecha. A cambio, cuando su árbol de frutos, reciben una caja con dos kilos de almendra con piel, un kilo de almendra sin piel y una caja con polvo para preparar leche con este fruto. El almendro puede vivir 35 años, en promedio, pero no es obligatorio ser padrinos por tanto tiempo. Es una invitación a cuidar los árboles, a distancia, por el tiempo que se quiera y pueda.

Los padrinos de los almendros de Chirlata no reciben cualquier producto, no. Olga, madre de estos árboles que fueron la clave en el resurgir de su familia, los describe con orgullo: “Esta es almendra de alta montaña. Su sabor y su concentración de propiedades no tienen nada que ver con una almendra plantada a nivel de mar, ni con la almendra americana. El clima y la altitud se conjugan para conseguir un producto de origen con sabores genuinos de la niñez. Cuando la pruebas parece que el tiempo no ha pasado”.

TEXTO: GABRIELA PAZ Y MIÑO (@GABYPAZYMINO)

TAGS: FOOD PEOPLE, ENTREVISTA, VIVIR EN EL CAMPO, ANDALUCÍA, PRODUCTORES LOCALES, ESPAÑA

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